Uno de los candidatos a la presidencia propone acabar la Ley 100 de 1993, para reemplazarla por un modelo totalmente público descentralizado. En este las funciones de las EPS serían asumidas por las secretarias de salud quienes, junto con un concejo local de salud, manejarían los recursos, organizarían la atención de la población, contratarían servicios y personas y les pagarían a los hospitales.
Para entender las implicaciones de esta decisión en Bogotá, 7 de los 8 millones de habitantes están afiliados a EPS privadas y son atendidos en su mayoría en hospitales privados, que poseen el 80% de las camas hospitalarias de la ciudad. Igualmente, Bogotá concentra el 30% de los recursos especializados en salud del país, siendo lugar obligado de referencia de pacientes de municipios vecinos y de regiones como los antiguos territorios nacionales.
La razón fundamental para justificar semejante aventura se resume en decir que “las EPS son un peso muerto, que solo realizan intermediación financiera”. Este argumento, más de carácter político/ideológico que técnico, en realidad no está proponiendo acabar con las EPS sino cambiarles el nombre y volverlas públicas, con lo que además pretenden ganar simpatía entre los poderes locales al ofrecerles manejar $57 billones.
De materializarse esta propuesta, 7 millones de bogotanos se verían abocados a hacer filas en la secretaria de salud para una cita, una autorización para una cirugía y seguramente verían limitada la posibilidad de acceder a los mejores hospitales privados de la ciudad, catalogados como los mejores de Colombia.
Pero peor aún, los otros 5 millones de personas de fuera de Bogotá, que habitualmente la utilizan para acceder a servicios de mediana y alta complejidad inexistentes en sus regiones, ¿tendrían que viajar a Bogotá a pedir la cita o la autorización para una cirugía, o quien lo haría por ellos?
No debe olvidarse, que eso que hoy proponen como novedoso, era lo que existía antes de la Ley 100 de 1993. En ese momento solo el 25% de la población podía acceder al Seguro Social y la inmensa mayoría debía acudir a la fila en los hospitales públicos, acudir a la caridad pública para ser atendido o morirse en su casa.
Como conocedor de la salud en Bogotá donde he sido secretario de salud en dos oportunidades, no le veo factibilidad a esta propuesta, por la rigidez, la lentitud y su limitación a lo local, que caracteriza a las entidades públicas, sin desconocer que las valorizaría como presas de la politiquería y la corrupción, como ya quedó demostrado con el hecho de que las primeras EPS que se cerraron fueron las públicas.
Razón tenía FECODE cuando se opuso a que la educación fuese manejada por los poderes locales. No hay que estigmatizar lo público afirmando que por ese solo hecho es ineficiente y corrupto. Pero tampoco hay que creer que puede asumir de manera rápida y eficiente y rápida funciones que nunca ha desempeñado, lo que podría hacerse luego de reformas estructurales y un largo período de transición, mientras que en el entretanto la población más vulnerable se vería sometida a un deterioro severo de sus servicios de salud, que se pagaría con vidas humanas.